jueves, 7 de enero de 2016

Vendedora de humo


Soy vendedora de humo. Es un humo muy especial. Atenderme, personas de orejas podridas que no sabéis lo que esto significa. No os dejéis llevar por la frase hecha, erraréis. Regalo más que vendo el vapor de una tetera. Tiene la llave del hogar cálido. El beneplácito del afecto. Esto ocurre en un nanomomento. Lanzo vuestra vulgaridad a distancia, años luz, si tengo una taza ardiente en las manos. Rítmico y efímero. Me trastorno siguiendo el humeante devenir de un té recién hecho. Primero atraviesa la ventana verde de cortinillas olorosas a jabón lagarto. Así son las casitas rurales que encuentras en el Este. Reconozco que como óptima vendedora tengo mis lagunas habituales. Os hablo en volutas, no palabras. Narro como el aire gélido se mezcla con el vaho y se enamoran. Las pedantes me entienden. Incluso me perdonan por superarlas. Me llaman tejeutopías. Dicen que tengo sueños corpóreos dónde no acuden terrores. Pero en realidad, sólo temo la ausencia de la neblina que regala a los días su sentido inherente. Pues no soy un residuo cualquiera. Soy hojas empapadas y exprimidas. Soy poso de tetera. Me retuerzo de placer en el crepitar de mis pensamientos. Asi es como las abundantes sustancias lisérgicas que produzco, adormecen mi cerebro crédulo, humano, poderoso. Es cierto, no es bonito hablar de lo que no se ha experimentado. Por pudor académico.

La Rubiales en el Espejo (MJE)

















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